lunes, 5 de diciembre de 2011

Lo más difícil es siempre el título.

Mil veces he pensado que algún día yo también quería encontrar a un hombre como los de las películas, era una niña tonta con ansias de princesa, una corona para ser tu ninfa. Solamente hacerte feliz, y después, ser uno yaciendo en el mismo lecho donde tantas noches soñé con vos.
Noches durante dieciséis años anhelando en cada sombra encontrar al hombre que realmente amase, y que me estimase a mi de igual modo, prometiendo en su búsqueda mi vida y el convenir su propia suerte. Una tras otra tez fueron, las que pasando por mi mente iba repudiando. Bailando con certezas después de muerta, fenecida en la imágen de tu cuerpo ideal. Tal vez alto o tal vez bajo, gordo, flaco, moreno, rubio, pelo lacio o tal vez rizado. Nunca jamás ha salido de mi el jurar un físico sobre mi apego.
Y luego acoté la tuya, tu efigie rodeada por mi idea. Por primera vez, el acertar en ti estaba en mi mano y por su puesto mi mano no derrocó a sí misma.
Te elegí y aún me pregunto que vi en ti. Tal vez tus ojos, o tu labia en sí. La cuestión es que el ansia de besarte, ganas de tenerte, hicieron mella en mi. Hasta hoy, tumbada en mi cama, aún con los ojos ocultos y cobardes deseaban abrirse soñando que algún día sería mirando tu brazo por mi cintura, o al vez tu espalda en mi boca. Y el momento abstracto hoy es concreto y mis manos hambrientas sacian su apetencia con el suave tacto de tu muslo, y mis ojos su sed con el céfiro de tu aliento, y aquende y ahora me tienes, a tu calma aguardando un mísero suspiro o tal vez una sonrisa que me portee más allá de tu divinidad.
No. No lo intentes. Hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes.