Aquel era un lugar donde las balas perdidas nos juntábamos a olvidar el pasado. Todos teníamos uno, todos distintos y a cual peor; sin embargo, lo que nos unía era el presente, todos la misma pretensión. Olvidar lo vivido. Todos nos amábamos a nuestra manera, y por su puesto, nadie preguntaba por nadie.
Bebíamos sorbos del amargo fracaso, agitado, no revuelto, dos piedras de hielo.
Y allí, en una habitación lúgubre y en penumbra hallábamos cuanto buscábamos y cuando alguien al fin se veía saciado, simplemente huía, y nadie le conocía.
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